Vive en Varvarco, una de esas localidades rurales que no salen en los mapas turísticos pero que guardan historias esenciales.

El norte neuquino es áspero en invierno. En medio de ese paisaje que parece detenido en el tiempo, camina María Marcelina Aguilera. Tiene 79 años, nació en 1945 y hace de la dignidad su bandera. Vive en Varvarco, una de esas localidades rurales que no salen en los mapas turísticos pero que guardan historias esenciales para comprender este país.

Cada tanto, cuando necesita lo justo o simplemente para mantener el contacto con el pueblo, Marcelina camina 16 kilómetros por senderos helados y desparejos. No tiene auto, no tiene Internet. Tiene su tiempo, su paso firme y la convicción de que todo lo que hace tiene sentido.

Allí, en medio de la cordillera, se dedica a criar animales, juntar leña y sostener su casa como se sostiene la historia: con trabajo silencioso y perseverancia. No hay metáforas dulces en su vida. La leña que junta es la que la calienta. La lana que hila es la que abriga. Y los animales que cría, además de ser compañía, son parte de su subsistencia. Todo se hace a mano. Todo cuesta.

El caso de Marcelina no es único, pero sí es representativo de miles de mujeres rurales que sostienen su mundo en silencio. Que caminan lo que haya que caminar y que, aún sin acceso a servicios básicos, se organizan con lo que hay. No se trata de romantizar el sacrificio, sino de entenderlo. Porque detrás de esa vida “sencilla” hay sistemas estructurales de exclusión, falta de inversión pública y olvido estatal. Pero también hay saberes que el mundo moderno ha empezado a valorar tarde: el autocultivo, la autonomía energética, el vínculo profundo con la tierra.

En un tiempo donde las historias parecen medirse por likes o trending topics, la de Marcelina irrumpe como un recordatorio. No todo está en la ciudad, ni en las redes. Algunas historias laten más fuerte en la nieve, en el viento cordillerano, en la leña seca y en las manos arrugadas que no piden nada, pero lo dan todo.

Marcelina no necesita títulos. No busca cámaras. Vive. Y esa forma de vivir, entre lo mínimo y lo esencial, es también una forma de resistir.

Fuente: Mejor Informado.com

Por Prensa

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